Por Pechito Gontán
Jamás podría expresar, con cierta precisión, la mezcla de sensaciones que me dejó esta última fecha del campeonato de fútbol argentino.
Por eso mismo, ante tan inútil empresa, mejor ahorrarse el intento.
Solo me voy a permitir dos, tres, o las que me salgan de los huevos, declaraciones que se me escapan del pecho.
Detalles, imágenes irrepetibles, estados de ánimo cambiantes; todo eso que tal vez nunca me olvide de estos últimos tres días.
Viernes:
- La expresión, mezcla de pánico e incertidumbre, que vi en los rostros de amigos, compañeros de laburo, pasajeros circunstanciales de transporte público, familiares y demás seres humanos hinchas de River que me fui cruzando, a horas nomás de los partidos determinantes del Sábado.
- La sensación de que algo histórico estaba por suceder al dia siguiente, quitándome el sueño.
- Mi sueño lleno de angustia, esa misma noche. River se salvaba de todo y Gimnasia se iba a la B, con llanto del Mellizo incluido.
Sábado:
- Despertar sin noción del horario, justo a las 14: 50, tras haber ignorado el sonido del despertador puesto a las 13:00 hs la noche anterior.
- El desconcierto ante la TV, saltando entre cinco partidos y mil posibilidades.
- Ver más minutos de Quilmes – Olimpo, que del partido que en ese mismo momento estaba jugando mi equipo.
- Los gritos de vecinos anónimos, celebrando un gol o puteando a dios. Nunca tantos como ese día.
- El segundo gol de Lanús y el silbato confirmando lo que casi nadie creía posible. River a la promoción, a jugar dos partidos imposibles.
- Los hinchas y jugadores de Huracán llorando sin consuelo, asumiendo el irreversible descenso. En la tribuna un flaco de camiseta rosa, seguramente la del Palermo donde juega Pastore, aguanta las lágrimas con la oreja pegada a la radio que relata el último minuto de Boca – Gimnasia. En el césped, el arquero Monzon y algún otro, también escuchan la radio sin llorar. Gol de Boca. Delirio, muertos que resucitan, abrazos, carnaval. Ahora si, todos lloran pero de alegría, convencidos de haberle ganado una batalla épica a la mismísima muerte, que tendrá que esperar hasta el Martes para ver a quien se lleva.
- Una conversación telefónica con mi hermana, preguntándole con sincera preocupación acerca del estado emocional de su marido, padre de mis sobrinos, hincha y socio de River. Me dice que todavía no vuelve de la cancha, sin ni siquiera saber el resultado del partido.
- Unos mates con mi viejo, comentando los hechos, todavía sin poder creernos del todo lo que acababa de suceder.
- Una noticia en la TV: muere un hincha de River en la platea. Probablemente un paro cardiaco.
- Noche de whisky y amigos, me olvido del tema por unas horas.
Domingo:
- Dia del padre. Llego tarde al almuerzo familiar, lidiando con una violenta resaca.
- Saludo a mi cuñado con una sonrisa, no hace falta decirle nada, tampoco tengo ganas de cargarlo. Me dice que nunca sufrió tanto por un partido, y que el tipo ese que se murió en la cancha, estaba sentado a tres asientos del suyo. A TRES ASIENTOS DEL SUYO. Se lo llevaron justo cuando recién empezaba el partido. Ahí supe que ese no iba ser un buen día, me dijo después, mientras se llenaba el vaso de vino. Me pareció increíble tanta tristeza toda junta, sentí que no podía ser tan grave.
- Tal vez un poco de culpa, también. Por seguir disfrutando todo el asunto sin poder evitarlo, por más dolor que le genere a algunas personas que quiero, y a miles de victimas anónimas que seguramente andarán ahogando sus penas en esa noche de feriado.
-La absoluta seguridad de haber presenciado un hecho histórico, probablemente irrepetible, en el futbol de acá.
- Y sobre todo, sentir el privilegio de estar de este lado, en la mejor ubicación posible. Gozando el drama, celebrando cada minuto de dolor (netamente futbolistico, claro esta) ajeno. Ejerciendo mi derecho natural a entregarme a tan cuestionables sentimientos, sin dejar de ser una buena persona (?), solo por mi condición de bostero.
- Siempre con respeto y cariño (?), algo que, lamentablemente, no todos entienden.
- Temo llegar a extrañarlos, en caso de que suceda lo realmente imposible.
Aunque a esta altura, ya nada parece imposible.
Nos vemos el Domingo que viene.
O nunca más.