miércoles, 13 de junio de 2012

Milito y el Adios


Comparto con la Dra. Cosmai, cierto gusto –no siempre muy sano- por la melancolía. Por la añoranza y el masoquismo de estar pensando en lo que se fue y ya no volverá; aunque más no sea una costumbre tonta o un bar que cierra para no abrir nunca más.

Y eso me pegó fuerte ayer, cuando me enteré de golpe y porrazo que se retiraba Milito. El retiro de cualquier tipo representativo trae un montón de comentarios ociosos. Desde alabarlo por demás, echarle la culpa a sus compañeros o al club, decir que está bien ya que estaba robando o simplemente decir que era demasiado joven y tomarlo como una “fatalidad”.

Yo por mi parte, como buen defensor rustico, no puedo sino admirarlo. A los 17 ya era capitán de la selección juvenil y enseguida se apuraron por hacerlo debutar en Independiente. Al repasar sus cualidades, más allá del aspecto técnico, destaca el anímico. Cuentan que en aquel plantel campeón del 2002 cagaba a pedos a medio mundo teniendo solo 21 años.

¿Y donde entra la melancolía? En cierta reflexión que se repite una y otra vez en mi cabeza, y que dice que un tipo así está hecho para ser campeón. Y la vida tan jodida como es, se lo dio menos de lo que a mi gusto merecía –no cuento los títulos ganados sentado en el banco de suplentes del Barcelona, obvio.

Cuando volvió a Independiente pensé que merecía por lo menos pelear algún campeonato seriamente, lamentablemente su entorno no estuvo a la altura y él tampoco –tuvo varias pifias que demostraban que ya no era el que había sido. Y la pregunta es ¿cuando uno deja de ser ese que fue?

Yo creo –y lo he pensado bastante- que uno nunca lo sabe mientras está sucediendo (mientras estamos dejando de ser) y recién nos enteramos cuando es un hecho consumado (cuando ya no somos).

Al respecto, el otro recuerdo fuerte que tengo, es el último partido que jugué con mi viejo. Fue en la playa, un verano, yo tendría 17 o 18. Era dos contra dos con arco chico. De un lado mi viejo y un amigo de él. Del otro el hijo del amigo –más chico que yo- y yo. Yo ya creía jugar más o menos bien y quería ganarles cueste lo que cueste, ya que valga la redundancia, nos tenían de hijo. Puse con todo, fui al piso, perdí, comí arena y bronca, hicimos un par de buenas jugadas, pero una vez más no se nos dio. Nos ganaron, como nos ganaban siempre, con un poco de culo, otro de experiencia y algo de malicia. Y allí me fui, más que caliente.

Pasaron cosas en el medio, yo no estaba en Mar del Plata y cuando me quise acordar mi viejo ya no podía hacer casi nada por un problema primero en la rodilla y luego en la espalda, que terminó en operación.

En fin, no hay final para este post, sólo el recuero de la última vez que nos fuimos de viaje solos con mi mejor amigo, la última cena en lo que era mi bar, la última vez que me cruce con un ser querido. Sólo debo agradecer que quedan varias cosas que aún no ha sido su última vez. Y que cuando eso suceda sólo espero ya haberme cansado de ellas (para no extrañarlas).

Por lo demás, a vivir, mucho y con ganas; antes del pitazo final. Un saludo, Mariscal!!

1 comentario:

  1. No entiendo como no comenté esto apenas publicado. Gracias por tanto amor, Mariscal.

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